Búsqueda en el blog...

martes, 27 de julio de 2010

¡Entran en la recta final!...


El recuerdo que tengo de Alí Khan en mi memoria de niño, se ha visto potenciado en estos tiempos. Evocar aquella narración es inevitable: “Entran en la recta final… ¡Y cañonero no puede perder!…” –bis.

¡Qué sensación tan sabrosa suscita el imaginarse a ese caballero del hipismo suspendido en lo alto del techo de la tribuna principal, con binoculares, micrófono y garganta, describiendo con aquella intuición chocante el final de una carrera de caballos! 

Y es que las carreras de caballos se parecen a nuestro país –o mejor dicho, a nuestra América Latina entera–. Creo que así somos: estruendos humanos galopantes que asumen una disputa como si todo fuese a acabarse.  Las rectas finales en política son, o parecen, el colofón del mundo. Un amigo nos lo decía en estos días: “el final, no perdona”… Suscribo esta frase –bastante lapidaria por cierto–, porque me hace ponderar un poco sobre lo ocurrido en la sede de la OEA en Washington DC…

El jueves transcurría como todos: calor y lluvia en duelo parejo por sobresalir y hoy, en particular, con la sesión de la OEA de telón de fondo. El desenlace era esperado. Enterarme del desafuero de la intervención del embajador Hoyos de Colombia me comenzó a generar escozor, porque además, me estaba enterando en medio de la calle y en una avalancha de mensajes de texto que me alteraban. Bueno, no era para menos. Si los mensajes que me llegaban eran ciertos –soy de los que cree que sólo el 30% lo es–, estábamos al borde de una ruptura “segura” de relaciones con nuestro hermano país. Apurado iba buscando un televisor para ver la intervención del Embajador Roy Chaderton que recién comenzaba, mientras pensaba en lo que podría significar romper relaciones contigo mismo; con tu pasado o –peor aún–  con tu propia familia.

Colombia nos incumbe directamente por una sencilla razón: somos vecinos y no sólo compartimos historia y compartimos gente; compartimos miles de kilómetros de frontera viva en lo comercial, en lo militar, en lo social y en lo delictivo. Compartimos pueblos enteros que ya ni recuerdan de qué lado del alambre están. Las vacas tienen becerros cuyos padrotes eran del otro lado; es decir, becerros con dos nacionalidades y sin cédula de identidad. Los caimanes del Meta se cruzan con los del Orinoco y las babas hablan dos idiomas. Los tripulantes de las  embarcaciones pequeñas que navegan nuestros ríos, se pasean de noche por las riveras para tomarse un roncito y descansar un poco de ese fusil que pesa toneladas en el hombro y en la conciencia; en fin, somos un hilo de tierra invisible que nos une y que nos separa a la vez. 

Así entonces llega el momento en el cual, se pierde la sindéresis y se “provoca” con alevosía al sentimiento tradicional patriótico y de soberanía –con una gran carga militar–, para propiciar un rompimiento que, en mi opinión, se asomaba inevitable luego de los trastoques de los últimos días, con las denuncias de campamentos de las FARC en territorio venezolano.

Intentar entender lo que el gobierno Colombiano hizo en la OEA –incluyendo al presidente Santos, recién electo–, es aspirar interpretar el por qué el continente Africano está seco de sed, con un océano Atlántico que baña todo su cuerpo sin pretensión alguna más allá, de escabullirse a su necesidad. Los gobiernos del mundo –al igual que el océano–, tuercen su vista indiferente y no son capaces de tomar toda esa agua atiborrada de sal y convertirla en vida y prefieren gastar sus energías y ambiciones, en guerras que sólo vierten muerte sobre la tierra.

Así, volviendo a nuestro continente, el Embajador Hoyos hizo alarde de la más insólita necedad y torpeza al intentar embaucar a los embajadores presentes en la OEA con fotos y videos que, independientemente de su veracidad y su origen, fueron mostrados con una sola razón: provocar un rompimiento en la recta final de un gobierno que a sólo 16 días de su partida, parece haber perdido el norte de la mínima convivencia política y diplomática; por no decir que pareciera haber perdido la mínima cordura..

Ahora bien, en un tablero de ajedrez servido sobre mantel de camuflaje, las jugadas, no son sorpresivas. Cuando el caballo asoma su nariz en la recta final, siempre habrá un alfil o una reina, que le ponga coto a sus movimientos en “L” que en ocasiones, parecen ser imperceptibles.

He allí donde se hacen presentes el pragmatismo y la oportunidad. He allí en donde las decisiones cargadas de sentimiento, terminan siendo derrotadas por el largo aliento de la realidad; aquel que rompe filas en una línea fronteriza divisoria que suma al menos 3 millones de personas en cuya afectación directa, está la daga mas fuerte de la estupidez de ambos gobiernos. He allí donde hace aguas la pelea de “pajita de hombro” que sólo deja desazón y desconcierto y, sobre todo, impotencia en los pueblos que ven como quedamos a la intemperie de un arrebato personal…

Hace unos días me preguntaba –con papel y lápiz en mano–, si el gobierno caería en esa incitación evidente. Lamentablemente cayó. Yo, hubiese preferido que hiciera un forcado para detener a ese toro que, para mí, ya venía corneado… 

La pregunta es: ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no aguantó un poco y le dejó los crespos hechos a Uribe? En mi opinión hubiese salido fortalecido, manteniendo la excelente intervención de Chaderton como defensa argumental de un ataque realmente burdo. 

Estoy convencido desde hace unos cuantos años, que el  gobierno no toma decisiones sin medir antes sus consecuencias, aunque a veces pareciera hacerlo. Abusando un poco de la imaginación, permítanme pensar que Chávez pisó el peine adrede. Pues sí, ¡adrede!… Lo hizo para desnudar la estupidez de Uribe que, con las maletas hechas, se aventura a levantar tamaño polvorín.

Tengo la percepción de que, al margen de creer que fue un error táctico, la decisión tendrá eco en la comunidad internacional y no por la decisión en sí, sino por lo que la ocasionó: La locura de un caballo que entrando en la recta final, prefirió entrar en el carril del caballo de al lado, en lugar de dejarle al de atrás, iniciar su propia carrera libre de polvo en los ojos…

viernes, 16 de julio de 2010

De aquí pa'llá...

Hoy fue un día de atareo con mi mamá. Era el quinto día de una fiebre sarcástica que sube y baja cuando le da la gana y, con mi hermana y yo, dándole por el costado para que dejara su jueguito...

Agua de coco, consomé de pata de pollo, leche condensada con almendras, guayaba con pimentón y jugo de mora, fueron los primeros auxilios que encontramos en los 3.000 mensajes que llegaron a nuestros celulares –bueno, al Blackburro de Adriana-, facebook, twitter y cualquier vaina electrónica que usa la gente hoy por hoy para comunicarse y correr bolas sin estar seguros; gestando mitos que ya ni se sabe a que tumba nos van a llevar… 


La incertidumbre de un Dengue casi diagnosticado, nos obligó a ir por tercer día seguido a una clínica que, de antemano, sabíamos que no nos iba a servir por no estar incluida en la lista de afiliación del nuevo seguro de los maestros. 


Pero señor, por favor, ¿podría darnos la seguridad si nos van a atender en esa clínica? Mire que es la tercera persona con la que hablo y me da información diferente... 
 ―¿Está seguro señor? 
Okey, la vamos a llevar mañana a primera hora para allá, gracias... 


Llegar a esa clínica no fue fácil –como nunca lo es en esta ciudad atiborrada de carros y motos–, y menos digerible fue el mamonazo que nos dio la muchacha al decirnos que no tenían cobertura para ese seguro; peor aún, que ni siquiera sabía que existía...  


Señor, ¿cómo está?, le cuento que nos acaban de rebotar como pelota de goma de la clínica. 
Pues le informo que no está afiliada. 


El rebote implicó -por supuesto- buscar otra clínica, algo que avizoraba un periplo interminable, tal y como terminó ocurriendo... 


Rosana (mi mamá) trabajó –o trajinó mejor dicho– por 35 años como maestra y hoy no cuenta con un seguro de salud decente con el cuál, enfermarse –como todos-, no sea un lujo que solo pueden darse algunos.  


Lo peor del cuento, es que hasta hace pocos meses contaba con un seguro privado y pagado por el ministerio, que le permitió caerse de rodillas y ser atendida en solo dos horas en la emergencia y salir de ella sin tener que esperar 6 horas. 


¿Está seguro señor? Mire que vamos a ir a  esa clínica y ya sería la tercera. No quiero seguir pariendo con mi mamá de aquí pa’llá. 
Señor, entre las 5 veces que he tenido que contar lo mismo a ver si me ayudan y los 4.500 mensajes de texto y de Blackberry que me han llegado enseñándome a resolver todo, ya estoy que exploto... 
¿Cómo me pide que me calme? Por favor ayúdeme. 
Si, ese es el caso; ese mismo... 
¿Está seguro señor?  
Bueno, estamos cerca.  
Al llegar lo llamo inmediatamente. 
¿Y cómo hago si llamo y ya se fue? 
Okey, confío en eso, gracias... 


La emergencia de la clínica estaba repleta. Adriana no podía creer la respuesta que le dio el encargado: -¡Aquí no ha llamado nadie señorita!– 


El teléfono se transformó en un aparato indispensable, en cuya batería estaba centrada la atención; ya la calentura de oreja no era normal. 


El golpe de suerte que tuvimos con Nilda –la persona encargada del seguro- no fue casual. Resulta que la jefa de había tenido Dengue unos días antes y se compadecióde ella; pues sí, ¡como escuchan!, se compadeció. La suerte fue hija de la suerte misma. 


La habitación 307 fue entregada 6 horas después de estadía en emergencia y, en verdad, no podemos quejarnos. 


El servicio de salud en nuestro país -al margen de los esfuerzos inocultables que ha hecho el gobierno en atención primaria con Barrio Adentro- está en terapia intensiva. 


Mientras, mi mamá, una semana después se debate entre el cansancio natural de una enfermedad que parece endémica y la incertidumbre de estar protegida a medias por un seguro social-médico debilitado y en posibilidades de extensión.