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domingo, 8 de mayo de 2011

Los zancudos y el aplauso...

Con enero en el ocaso, el calor que hace en el estadio es anormal. Es de noche y sus 37 grados centígrados tienen a los fanáticos desbocados en un frenesí desmedido con olor a miedo y a cerveza. ¿Qué pasará con la gente y con el clima? Desde hace algún tiempo, Caracas está sumida entre lo insospechado y lo inaudito.
Hace unos años ——no tan lejanos por cierto——, en pleno bostezo del año, salíamos a la calle con el mejor abrigo posible y nos topábamos con nuestros amigos; con nuestros anhelos de pelo recogido y sonrisa leve; y ——como olvidarlo——, con aquel humo caliente y blanco que brotaba desde nuestra respiración. Era placentero caminar con las manos en los bolsillos y ver a lo lejos hileras de chimeneas andantes de gente que disfrutaba abrir sus bocas y exhalar vapor, como en una suerte de autodescubrimiento que sólo paraba cuando el rayado del cruce peatonal requería tu atención.
El calor de hoy es como el descaro de los políticos: te envuelve, te adormece y te engaña. Y es que en un juego de este calibre, ¡no hay calor que valga!, porque siempre te va a embrujar; siempre te va a arrebujar con sus cánticos, luces, cámaras y actrices y con su aliento a licor y alegría. Total, así somos: un sinfín de emociones en caída libre sin posibilidad alguna de frenar en las postrimerías de lo apacible.
Las torres de luz están particularmente asediadas por animalejos de todo tipo: mariposas, grillos, cerbatanas y murciélagos en vuelo rasante por la tribuna que mantienen a los fanáticos algo distraídos en su euforia.
El estadio, es un amasijo de concreto de techo alto que fue construido como si estuviera destinado a no caerse jamás. Presto a soportar el abatir de un terremoto ——como el que suele asomarse de cuando en cuando por la ciudad; aquella que vio nacer al hombre que tuvo la osadía de retar a la naturaleza cuando la azotó inclementemente——.
Todo en rededor es gris ——y en ocasiones bastante sucio——, pero de un atractivo adormecedor. Asomarse en aquella bocanada de tribuna y en medio de esa nocturnidad iluminada que apabulla, es darle vida a un sueño: gente, algarabía y temor, envuelto por el verdor de su terreno y por el amarillo tierra que demarca a ese diamante que nos pone a retozar año tras año como niños. 
En esa tribuna, se encuentra Amanda, quien disfruta del juego en la zona más privilegiada del terreno para un espectador y que no escatima esfuerzos en quejarse continuamente de la suciedad y de la cantidad de «bichos» que se le hospedan en su largo vestido blanco. A punto está, de pedirle a su amiga Carolina que quiere irse; se debate entre soportar el terror de ver a su amor caer abatido en el juego, o de vivir el gran momento de su triunfo.
Amanda es una mujer «voluptuosa» que sabe muy poco de béisbol ——por no decir que sabe muy poco de nada——, y que viene a menudo al estadio a ver a su esposo jugar.
—— ¡Ay amiga, es que no aguanto! ——exclamó Amanda——. No voy a poder ver a Antonio allí en el medio de esa cosa, con ese gentío gritándole. ¡No, mejor me voy!…
——Esa cosa se llama lomita Amanda, ya te lo he explicado antes ——dijo Carolina——. Además, él está acostumbrado y no siente miedo. ¡Quédate tranquila chica! ¡Disfruta el momento y su algarabía!…
El juego está 3 a 2 en la novena entrada a favor del equipo de Antonio: «Leones del Caracas»  y, aunque Amanda no entiende mucho, sabe que si lanza bien, su equipo le ganará el campeonato a sus eternos rivales: «Navegantes del Magallanes». Hay unos 25 mil fanáticos que vitorean su nombre, mientras calienta el brazo en el «bullpen». El instante le pide saltar al terreno a cerrar el juego en una situación comprometida. Está sumamente nervioso. El sudor que recorre su frente es frío y no logra concentrarse en su práctica.  
—— ¡Qué vaina me va a echar Alfredo! ——dice Antonio sobre su manager——. ¡Tres hombres en base, dos outs y el cuarto bate!
—— ¡Coño Dios, ayúdame que esto es pa’ locos!...
El manager sale a llamar a Antonio a relevar. Él está listo y, para aminorar su ansiedad, atraviesa el terreno en una galopada que alborota aún más a los fanáticos.
El trance que franquea Antonio lo deja sin aliento al llegar a la lomita y en el instante de tomar la bola de manos de Alfredo.
——Bueno Antonio, ¡tú eres el hombre! ——exclama Alfredo——. Haz lo siguiente: lanza dos rectas a las rodillas, una afuera y pa’ poncharlo, una curva del medio hacia la tierra.
—— ¡Coño! ¿Tú crees buena esa curva? ——pregunta con duda Antonio——. ¿Y si se escapa? ¡Si se escapa perdemos pana!
—— ¡Claro que sí!, ¡hazme caso que no se va a escapar nada!
El manager le da una palmada en los glúteos y se va caminando lentamente a la cueva. Mientras, Antonio se quita la gorra, se seca el sudor que a cántaros cae sobre su frente, cejas y ojos. Se arrodilla en la tierra para desamarrarse los zapatos y volvérselos a amarrar. Voltea a la tribuna buscando a Amanda. A los jardines central, izquierdo y derecho a ver si sus jugadores están en posición. A la primera, segunda y tercera base para tener claridad de quienes están embasados. A la pelota para pedirle al árbitro principal que se la cambie por una nueva.
Pronto, se da cuenta que debe encarar lo inevitable de su desafío: toma la pelota, camina a la lomita y se coloca de frente al bateador. Pide las señas del receptor e inicia su movimiento.
Al otro lado del parque hay un enjambre de zancudos que, en asamblea discuten «airadamente», si atacar o no a la gente del estadio. Mario Moreno ——como llaman en la comuna a su líder—— es quien promueve la epopeya ante los miembros de su comunidad.
——Ciudadanos Zanquilargos, ¡es momento de actuar! ¡No podemos seguir permitiendo que nuestros jóvenes acaben quemados por esa luz! Ellos se lanzan sobre esas tortas luminosas en busca de claridad sin saber lo que les espera. ¡Debemos ayudarlos! ——exclama Mario Moreno en tono de discurso político.
Los jóvenes presentes en la asamblea, no entienden que ocurre con las torres de luz, ni con las arengas exacerbadas de Mario Moreno. Para ellos esa claridad se les presenta todas las noches como un hecho de diversión. Allí convergen zancudos, mariposas y todo tipo de animalejos afines a ellos, en una suerte de comparsa carnestolenda, que les permite ver un poco más allá de su encierro comunal.
—— ¿Usnavy, en que onda andan estos viejos? ——pregunta Yon Jairo— ¡No entiendo nada!…
—— ¡Ni la más puta idea! ¡Están como locos! ——exclama Usnavy—— ¡Tenemos que estar pilas pana!…
—— ¿Será que quieren tumbar las torres? ——pregunta Yon Jairo.
—— ¡Eso jamás! Primero muerto ——dice Usnavy——. En esas torres están mis sueños brother
Pepeto, el más viejo y pacífico de la comunidad ——y papá de Mario Moreno——, intenta persuadirlo para que desista de la idea del ataque. En épocas mozas, era el líder, pero la tradición dicta que a los cuatro años debe dejar el poder a su sucesor mayor; algo que él mismo intentó cambiar, pero que no logró concretar al perder en votación cerrada con su hijo hace un año.
——Pero bueno hijo, ¡esa idea es un error! ¡Piénsalo mejor! ——le inquirió Pepeto—— ¿No crees que es una batalla algo alocada? Hablemos con los jóvenes que ellos entenderán que esa luz no es lo que ellos piensan. Que pueden perderse en ella…
—— ¡Pero bueno papá!, ¡ya está bueno! ¿Hasta cuándo aceptamos que esa luz acabe con nuestros jóvenes? ¿Con nuestros planes y sueños?
Las posiciones eran diametralmente opuestas y no había posibilidad de consenso. La tristeza de Pepeto era inocultable. Pareciera que, en comunidades de tradición ——casi monárquicas——,  el consenso se erige como un enemigo a derrotar en pro de la estabilidad.
El ataque fue planificado en la ausencia de Pepeto y, por supuesto, de los jóvenes. Los flancos estaban cubiertos sin falla alguna. El estadio se está tomado por los cuatro costados como castillo medieval por catapultas estiradas de soga y piedra. No hay manera de escapar del enjambre...
—— ¡Esperen la señal! ——dice Mario Moreno en discurso a sus tropas en formación——. Libremos esta batalla como la última de nuestros días. Acabemos con el yugo de esa luz que nubla la vista de nuestros jóvenes con quimeras absurdas de una vida fútil y frívola.
—— ¡Vamos! ¡Hasta la victoria siempre!…
Antonio pide tiempo al umpire de improviso, mientras se asesta una bofetada con su mano enguantada.
—— ¡Pero bueno, ahora si es verdad!... ¡Lo que me faltaba! Un ataque concertado de zancudos en mi cara.
——Disculpe umpire, es que me acaba de atacar un zancudo en el ojo.
La carcajada del árbitro al acercarse, se escuchó en todo el estadio y eso, lo disgusta un poco. Llaman al médico del equipo para revisarle el ojo ——que al parecer, lastimó con el guantazo——.
Antonio vuelve a su faena en la lomita: el primer lanzamiento es una bola fuera de control. El bateador aterriza en la tierra para evitar ser golpeado salvajemente por una pelota que anda a 95 millas por hora. Ella ——la pelota—— no logra, ni logrará jamás ver la cara impávida de un bateador intentando golpearla. Ese ejercicio es físicamente estudiado como el más complejo en deporte alguno, y yo aún, lo veo por televisión.
Las luces del estadio cada vez son más intensas por la hora. La noche está clara y despejada. El juego está por terminar y él sabe que caerá derrotado si se equivoca. El bateador lo reta y antes de tirar la bola, mira por encima de su hombro izquierdo; del derecho; al frente. El sudor se escurre por sus mejillas sin pausa. La algarabía de la gente lo aturde y el nerviosismo lo mantiene abatido en el pesimismo de su desconfianza.
Mientras, el ataque de los zancudos está en ejecución. Mario Moreno encabeza la cruzada. Decide ir a embestir al que, para él, es quien motiva el bullicio y la incandescencia de la luz: Antonio...
Entretanto, los más de diez mil zancudos que integran las tropas, emprenden su vuelo por las gradas para su «punzada en masa», pero los veinticinco mil espectadores dan cuenta de su flaco alcance numérico, y no logran su objetivo.
Antonio inicia lo que se perfila como el último lanzamiento del partido. Mario Moreno vuela cual relámpago directo al ojo; él, está seguro, de que ese es el golpe mortal.
La pelota, luego de un movimiento esquivo de Antonio ante semejante picada, sale despedida de su mano directa al bateador. Va lenta y sigilosa mientras se acerca a Miguel, quien, sin entender el lanzamiento y su trayectoria, decide dejarlo pasar, luego de apartarse del plato.
El estruendo del árbitro al cantar el tercer strike ——y fin del juego——, hace caer al estadio en una euforia incontrolable. La gente se abraza sin conocerse ——algo que sólo ocurre en ese graderío——; trisca de alegría en un zapateo ensordecedor; se sumerge en un rocío de cerveza que impregna el alma a punto de ebullición en la alegría.
Antonio, sigue sin asimilar lo que ocurrió con el zancudo y con la bola que salió de su mano luego del piquete que esta vez, si atinó en el ojo. Amanda, salta al terreno y lo abraza y lo besa sin parar.
Mario Moreno, comienza la retirada ordenada de sus tropas al refugio, en medio de un disparate de fuegos artificiales, que los desorientó en un triunfo lleno de medias luces y de medias verdades.