«Hincado por el cansancio que da
resistirse sin remedio ante la destemplanza del conquistador, yace el Cacique Pitijay
en la laguna que le da vida al río Motatán.
La curiara se balancea sobre el
jadeo de su muerte.
El sol refleja su quietud. Esa que
luego en caída libre deja en el rumor de las piedras, un sinfín de historias;
de llantos; de atavismos llenos de sufrimiento.
El río, aún murmura su pesar; aquel
que despedaza a los hombres en su afán aniquilador de la belleza que lo
circunda en verdes afables. Él, aún sopesa su destino inamovible de unirse en
un torrente amigable al lago de Maracaibo. La sangre de Pitijay, aún tiñe de
impotencia su desembocadura.
Los Cuicas recorrían los valles
sembrando algodón y royendo la arcilla para sus utensilios de cerámica; en una
tierra que aún llora su partida. Las montañas bañadas de agua clara, se adornaban
de pequeños ramilletes blancos en época de cosecha. Los telares que por el año de 1.570 tendían kilómetros de hilo, los
convirtieron en blanco de su propia desaparición.
Ella, fue sólo una consecuencia del
tiempo y de la desdicha de ser aborígenes en momentos de inquisidora conquista.
La majestuosidad de los ríos, de los
valles y de las montañas atiborradas de paz multicolor, fue su principal
desgracia. Hoy, es su mejor bienvenida... El Cóndor, aun surca los cielos...»
——Bueno niñas y niños, esta poesía
que les acabo de leer, narra de manera inconclusa parte de la historia de éstas
montañas y de nuestra gente, desde que los Españoles las pisaron para quedarse
y arrasaron con nuestros indígenas.
——Pero Don Aurelio no sea malo, ¿por
qué no sigue leyendo?... ¡Le quedan muchas hojas!... ¿Por qué no termina? ——Increpa
Alejandro
——¡A pues mijo, deja el apuro!, mañana
será otro día. Todos los días estoy aquí a la misma hora y con el mismo canto. ¡Tengo
15 años haciéndolo!... 15 años viniendo a esta Plaza Bolívar de Cuicas a echar
cuentos. Ya son 15 los brincos que doy alrededor del sol desde que me quedé
solo sin mi Manuela ——dice Don Aurelio con tristeza
——Por cierto, ¿sabían que Cuicas
significa «hombres»? Pues sí... ¿Sabían que el nombre de este pueblo perdido en
un rincón de nuestra amada Trujillo significa eso tan sencillo: «hombres»? Según
nuestro historiador Américo Briceño Valero, eso era lo que respondían los
indígenas cuando les preguntaban: «¿cómo se llaman a ustedes mismos?». Ellos
respondían «hombres» en su lengua; al igual que en Wayuu: simplemente «hombres»...
——Pero que tonta respuesta Don
Aurelio... ¿Esos señores Españoles no se daban cuenta que esa no era una respuesta?
——pregunto ingenuo José
——¿Pero qué tipo de conjetura es esa
muchacho el’ carrizo? Esos señores no sabían hablar Cuica, ¿cómo los iban a
entender? Por eso los maltrataron hasta que los desaparecieron. Nunca sabían si
les hablaban o se burlaban de ellos. La poesía que les leí, además es la triste
historia de un Cacique que murió solo... ¿Saben cómo murió el Cacique Pitijay?
——¿Piti qué? ——pregunta Amaranta
——Pitijay Amaranta.... Pitijay fue
el último Cacique Cuica que luchó hasta morir por la libertad de su pueblo ante
la barbarie conquistadora. Él muere en una canoa en el río Motatán. Dicen que
luego de una batalla sangrienta, logró huir herido a la montaña. Allí, en la
Laguna Los Guaches-Picacho, se sube a la canoa y se lanza río abajo buscando
ayuda. Pero desapareció. Cuentan que el «Dios Cóndor» posó sus alas en la Canoa
y se lo llevó desapareciendo en el firmamento.
——¿Y por qué dice el «Dios Cóndor»
Don Aurelio? ——pregunta Amaranta
——¡Muchacha, tu si preguntas cosas
complicadas!... ¿Dónde está la mamá de esta niña por favor? ——Pregunta
bromeando levantándose de la silla——. Al Cóndor hace siglos se le creía un
Dios. El Dios de las montañas. El Dios de las alturas. ¿Sabían que puede volar
a diez mil pies de altura? Era tan alto su vuelo que creían que lo hacía para
hablar con el Dios Ches... ¡Yo creo que era así!... Hoy ya no sabemos que hace
allá arriba, si hablar con Dios o huir del hombre...
——¿Pero quién vio al Cóndor
llevárselo? ——Increpa dudoso el niño Luís
——¡Aja muchacho!... ¡Deja la
preguntadera!... Así pasó y punto... Los cuentos y mitos que les narro en esta
plaza son parte de nuestra tradición y no se discuten, sólo debemos cuidarlos.
Ellos son nuestra cultura; nuestra vida... Intentar saber el por qué al Cacique
Pitijay se lo llevó el Cóndor a los cielos, es como intentar entender por qué
al hombre le dio por pisar la luna en un cohete... ¡Yo no lo entiendo!... ¿Y
ustedes?...
——¿Y cuándo murió el Cacique que
hizo su familia y su gente? ¿Murieron también? ——pregunta Amaranta
——No mi amor, toda su familia y su
gente siguieron viviendo y defendiéndose. Sintieron que la muerte de su Jefe en
manos del «conquistador blanco» y su ascenso a los cielos en las garras del Cóndor,
eran una señal de vida eterna... Ellos se mantuvieron unidos; se mantuvieron altivos.
Llenos de esperanza y se entregaron a lo que sabían hacer: sembrar papas, yuca,
algodón, tabaco y café para su consumo. Eran como esos señores de hoy en la
NASA. Practicaban la «agricultura del regadío» ya que construían terrazas en
las alturas de las montañas con estanques y canales para sacar más provecho del
agua en épocas de sequía. También eran grandes alfareros y se sostuvieron sobre
sus incesantes ganas de labrar la arcilla en utensilios y vasijas de calidad,
que luego intercambiaban por otros productos con otras comunidades indígenas del
centro del país en la primera experiencia real de «trueque comercial» con la
cuenca del Río Orinoco y la costa del Caribe.
——¿Trueque Don Aurelio? ¿Qué es eso?
——preguntó Luís
——Sí Luisito, «trueque»... Por
ejemplo: ¡Dame esa chupeta!
——¡Nooooo!, ¿por qué?
——¡Porque yo te voy a dar este
chocolate!...
La cara de Luís se iluminó. Tenía
tiempo sin comer chocolate y no podía perder la oportunidad...
——¡Gracias Don Aurelio! ——expresó
contento Luís
——¡No hay por qué Luís!... A eso me
refiero con «trueque». Tú ofreces algo y otra persona o comunidad la acepta
entregándote algo a cambio. Era maravilloso lo que lograban intercambiar para
el bien de su gente. Creo que debemos ver más hacia atrás para aprender de
ellos.
——¿Y qué «truecaban» Don Aurelio?...
——¡Intercambiaban Luís!...
«Truecaban» no existe... Bueno, ¡eso creo!... Ellos hacían trueque con sus
utensilios de barro y arcilla y algunos alimentos como la papa y la yuca. Ellos
recibían metales fundidos que les servían para trabajar sus sembradíos,
sistemas de riego y para elaborar armas para la caza y para su defensa.
——¡Don Aurelio, Don Aurelio, Don
Aurelio!... ——interrumpe Luisa muy asustada
——¿Pero qué pasa Luisa? ¡Tranquila!
——tomándola por los brazos
——¡Me da mucho miedo eso del Cacique
Piti y la trueca!... ¿Por qué mejor no me cuenta algo del Doctor José Gregorio?
——¡Ay hija mía!... Hablar del Doctor
José Gregorio es más difícil que hablar de la desgracia de estos cinco siglos.
¡Mejor hablamos mañana!...