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viernes, 16 de julio de 2010

De aquí pa'llá...

Hoy fue un día de atareo con mi mamá. Era el quinto día de una fiebre sarcástica que sube y baja cuando le da la gana y, con mi hermana y yo, dándole por el costado para que dejara su jueguito...

Agua de coco, consomé de pata de pollo, leche condensada con almendras, guayaba con pimentón y jugo de mora, fueron los primeros auxilios que encontramos en los 3.000 mensajes que llegaron a nuestros celulares –bueno, al Blackburro de Adriana-, facebook, twitter y cualquier vaina electrónica que usa la gente hoy por hoy para comunicarse y correr bolas sin estar seguros; gestando mitos que ya ni se sabe a que tumba nos van a llevar… 


La incertidumbre de un Dengue casi diagnosticado, nos obligó a ir por tercer día seguido a una clínica que, de antemano, sabíamos que no nos iba a servir por no estar incluida en la lista de afiliación del nuevo seguro de los maestros. 


Pero señor, por favor, ¿podría darnos la seguridad si nos van a atender en esa clínica? Mire que es la tercera persona con la que hablo y me da información diferente... 
 ―¿Está seguro señor? 
Okey, la vamos a llevar mañana a primera hora para allá, gracias... 


Llegar a esa clínica no fue fácil –como nunca lo es en esta ciudad atiborrada de carros y motos–, y menos digerible fue el mamonazo que nos dio la muchacha al decirnos que no tenían cobertura para ese seguro; peor aún, que ni siquiera sabía que existía...  


Señor, ¿cómo está?, le cuento que nos acaban de rebotar como pelota de goma de la clínica. 
Pues le informo que no está afiliada. 


El rebote implicó -por supuesto- buscar otra clínica, algo que avizoraba un periplo interminable, tal y como terminó ocurriendo... 


Rosana (mi mamá) trabajó –o trajinó mejor dicho– por 35 años como maestra y hoy no cuenta con un seguro de salud decente con el cuál, enfermarse –como todos-, no sea un lujo que solo pueden darse algunos.  


Lo peor del cuento, es que hasta hace pocos meses contaba con un seguro privado y pagado por el ministerio, que le permitió caerse de rodillas y ser atendida en solo dos horas en la emergencia y salir de ella sin tener que esperar 6 horas. 


¿Está seguro señor? Mire que vamos a ir a  esa clínica y ya sería la tercera. No quiero seguir pariendo con mi mamá de aquí pa’llá. 
Señor, entre las 5 veces que he tenido que contar lo mismo a ver si me ayudan y los 4.500 mensajes de texto y de Blackberry que me han llegado enseñándome a resolver todo, ya estoy que exploto... 
¿Cómo me pide que me calme? Por favor ayúdeme. 
Si, ese es el caso; ese mismo... 
¿Está seguro señor?  
Bueno, estamos cerca.  
Al llegar lo llamo inmediatamente. 
¿Y cómo hago si llamo y ya se fue? 
Okey, confío en eso, gracias... 


La emergencia de la clínica estaba repleta. Adriana no podía creer la respuesta que le dio el encargado: -¡Aquí no ha llamado nadie señorita!– 


El teléfono se transformó en un aparato indispensable, en cuya batería estaba centrada la atención; ya la calentura de oreja no era normal. 


El golpe de suerte que tuvimos con Nilda –la persona encargada del seguro- no fue casual. Resulta que la jefa de había tenido Dengue unos días antes y se compadecióde ella; pues sí, ¡como escuchan!, se compadeció. La suerte fue hija de la suerte misma. 


La habitación 307 fue entregada 6 horas después de estadía en emergencia y, en verdad, no podemos quejarnos. 


El servicio de salud en nuestro país -al margen de los esfuerzos inocultables que ha hecho el gobierno en atención primaria con Barrio Adentro- está en terapia intensiva. 


Mientras, mi mamá, una semana después se debate entre el cansancio natural de una enfermedad que parece endémica y la incertidumbre de estar protegida a medias por un seguro social-médico debilitado y en posibilidades de extensión.