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martes, 5 de abril de 2011

Una “AN” sin “N” y sin “A”... (Parte II)

En la Asamblea Nacional de hoy, se despedazan las esperanzas de contar con una “representación” digna de los venezolanos en medio de ésta democracia “participativa” y “protagónica” aún en gestación...

Eso, en mí dolorosa opinión, nos deja una “Asamblea” acéfala de su razón de ser: “hacer leyes que permitan al Estado proteger al hombre de los otros hombres, sin que éste, pueda oprimirlo impunemente mediante facultades coercitivas que le ha otorgado la propia colectividad”.

Esto que ocupó con un tino sorprendente hace más de 200 años a Montesquieu, demuestra lo imberbes que somos en estos momentos de cambio. O por lo menos en esta diatriba dialéctica que proponen los vientos que arrebatan a este proceso que inició hace 12 años –o tal vez más–.

Y es que no se trata sólo del Estado; se trata de todo y de todos...

Estamos inmersos en ese “momentum” en el cual la estupidez nos cierra los ojos en espacios de discusión aletargada y llenas de desazón; ese que genera este maniqueísmo malsano que nos sume en un “blanco y negro” que no deja más que desesperanza y división...

La oposición por su lado, muestra su dentadura poco afilada en la política y, en lugar de jugar al juego de una nueva manera de practicarla, prefiere dar al traste a cualquier posibilidad de gobernabilidad y se monta en su traje de campaña de descalificación y de ataque constante; ese que en ocasiones es capaz de opacar los avances inocultables que el gobierno ha tenido en varias de sus más conspicuas áreas: deporte, tecnología, educación, salud e inclusión social.

Allí, la mentira y la juerga, se dan la mano...

El Estado por el suyo, usa sin menosprecio alguno su poder en aras de lograr que las leyes se amolden a sus designios. Tapizados en él, quedan aquellos que en su trinchera –o mejor dicho en sus casas y frente a su televisor–, escuchan las más absurdas intervenciones de los diputados que eligieron y, de los cuales, sólo reconocen su foto.

La manera en la cual se han llevado a cabo las discusiones en la Asamblea Nacional, nos coloca en un estado de cosas que preocupa enormemente, ya que no será posible mantenerlo por mucho más tiempo...

No es posible ver como el Presidente en un movimiento político válido –pero retórico por supuesto–, llama al diálogo y propone devolver la ley habilitante en Mayo, e inmediatamente escuchar a los diputados de oposición decir que no... ¿Por qué esperar?... ¡Que debe ser ya!..., es como intentar entender el por qué los Estados Unidos no han firmado el protocolo de Kioto a estas alturas, cuando el planeta literalmente se los “exige” antes de ahogarnos en su tozudez...

Tampoco es posible ver como los diputados del PSUV se mofan de su mayoría –realmente en vilo numéricamente hablando luego de los ajustados resultados del 26S– y se burlen con pitas –por no decir menos–, de las intervenciones de los diputados de la oposición.

En esta actitud –casi infantil–, cabe la pregunta: ¿será que los diputados del gobierno son mejores que los de la oposición?... No sé, pero la humildad, la honestidad y la ética dejan claro que ninguno es mejor que el otro. Ambos bandos fueron elegidos por la gente; por ese pueblo al que tanto nombran y que pareciera ser una entelequia meramente discursiva a la cual se puede aludir cada vez que te conviene y evadir cada vez que te da la gana...

La manera en la cual se está asumiendo a la Asamblea por parte de los diputados de ambas “talanqueras”, se parece a una asamblea de ciudadanos en la que se discute si la verbena de carnaval se debe hacer en la cancha de futbolito o en la cancha de bolas criollas... En esa disputa, la razón primordial es en que una verbena de barrio debe bailarse y la tierra no es buena para ello... ¡Qué fallo!... –como diría Rubén Blades–.

El país está sumergido en un sinfín de problemas que reclaman sindéresis, claridad, planificación y sentido común. No es posible que a los diputados que eligió la gente para proponer soluciones, no le caiga la locha en el pie para saber que están poniendo la cómica y que los ciudadanos, nos damos cuenta de su necedad...

He allí, una vez más, el momento en el cual nos convertimos en protagonistas de nuestros anhelos y de nuestras ansias como ciudadanos; aquellas que buscan sin tapujos un país mejor. Uno en el cual realmente somos los que empujamos las carretas y no los que la montamos.

¿Qué hacer?...

Sólo se me ocurre seguir bregando sin tregua a las maneras; a las vías de comunicar nuestra peor tragedia: la polarización y la imposibilidad real de sacudírnosla con éxito en el corto tiempo...

Un país con una Asamblea Nacional, que perdió la “A” y la “N” terminará cayendo por un barranco ultimado en el peor de sus caminos: el del atropello a la razón...